sábado, 26 de abril de 2008

DM-2

La angustia al comprender que era despertado por los rayos de sol golpeando en el rostro y no por la melodía de su despertador, como él lo había planeado antes de acostarse, sumado a la frustración de no poder volver al curioso sueño del que había participado, lo hacía prever una actitud irritable con quien se le cruzase durante aquel día.
Mientras se desplazaba lentamente hacia el baño, que no quedaba a más de diez pasos de su habitación, Mario no cesaba en sus intentos por recrear las escenas que se habían reproducido aquella noche en su cabeza. Presionaba fuertemente sus párpados superiores con sus inferiores y con un rostro, que el suponía, no debía ser muy armonioso, suplicaba que aquellas intensas ansias reflejadas en su esfuerzo le permitiesen recabar en lo más profundo de su subconsciente y, de esa forma, revelar los momentos capturados en su mente de aquel misterioso y asombrosamente real sueño que se repetía ya por más de una semana.
Como un zombi no-vidente Mario avanzaba a ojos cerrados y derribando todo a su paso incapaz de enfrentarse a la luz radiante del sol de primavera que se filtraba por las ventanillas del pasillo de aquel segundo piso. Cuando se aseguró de que sus pies tocaban el frío piso del baño separó a duras penas sus párpados y en la oscuridad del baño se comenzó a desvestir. Estando con la cabeza apoyada en la pared de la ducha, y dejando que el chorro de agua tibia le cubriese el cuerpo mientras observaba el recorrido del líquido hasta dar con el caño y comenzar su apasionante ciclo, cargado de aventuras, lugares inexplorados y escabrosos para el ser humano, criaturas fantásticas y cientos de comunidades no descubiertas, Simón logró abstraerse de su entorno y sin quererlo y sin la necesidad de cerrar los ojos, escenas muy familiares comenzaron a revelarse fugazmente en su mente. Como un flash fotográfico que, presionado una y otra vez, va iluminando un camino muchas veces transitado, Mario comenzó a revivir aquel sueño de manera fragmentada: pasillo iluminado, paredes blancas, piso de baldosas, una mano grande lo lleva con fuerza del brazo derecho. Se siente atrapado, no piensa en huir, sólo se entrega a su destino. Puerta metálica, una suerte de martillo dibujado de forma cruzada y cubriendo el rostro de un simio que, estampado en la puerta, mira fijamente a quien se detiene frente al umbral. A su izquierda un brazo femenino se aproxima al emblema y alargando el dedo índice y el medio, los hace encajar en los ojos del simio el cual no articula mueca de dolor. Claro, es sólo una especie de escudo institucional. A su lado, el brazo grueso que lo aferra de su muñeca lleva el mismo emblema a la altura de su hombro. La puerta se abre sin emitir chirrido alguno. ¿La NASA? Al menos siempre se imaginó que el interior de los laboratorios de la NASA lucirían idénticos a aquello: decenas de hombres introducidos en trajes blancos, revelando únicamente la mirada, se desplazan con mucho sigilo entre aparatos sacados de una película de ciencia ficción. Varios paneles y pantallas rodeadas de botones luminosos le hacían recordar el Laboratorio de Dexter, solo que mucho más luminoso y repleto de gente. Un fuerte tirón por parte del brazo que lo conduce es suficiente para obligarlo a dar un paso hacia aquel atractivo lugar. Las luces se apagan. ¿O está en otra parte? Por un instante le parece volver a sentir el agua tibia recorriendo su cuerpo. Reaparece frente a sus ojos el agua ingresando al caño. Ruega no despertar. Aunque Mario no diría estar durmiendo, más bien sólo soñando. Nuevamente oscuridad. Sala no muy grande. Al menos una veintena de hombres rodean una gran mesa rectangular. Las sombras ocultan sus rostros. La cabecera está desocupada. Mario presiente que aquel puesto lo esperaba. Mucho olor a tabaco. Mucho silencio. El grueso brazo ajeno con el emblema del simio y el martillo lo suelta. Ya no huele a humo de cigarrillo. Mario sabe lo que viene a continuación. La sala se esfuma. Frío, mucho frío.

-¡Mario!, ¡te avisé que si no salías ahora mismo del baño te cortaba el gas!-

miércoles, 23 de abril de 2008

DM-1

Olía a pan, talvez recién horneado. Un extraño calor en el exterior de los párpados lo confundía. La visión lo incomodaba. La habitación oscura se disolvía frente a sus ojos y la capa de humo de los casi 15 cigarrillos encendidos ya no generaba olor a tabaco, ¿o nunca emanó tal aroma? Lo cierto era que el sonido de perros ladrando en la calle, de numerosas aves grojeando e incluso el relinche de un caballo le traía, de golpe, aquella dura realidad del durmiente que no quiere volver al mundo real. Todo era un sueño.