jueves, 30 de octubre de 2008

Sin más salida



Diego se sentó sobre unos cartones apiñados en un rincón del cobertizo y cerró los ojos. Los abrió un segundo y observó, sobre su cabeza, la soga atada a una de las vigas expuestas de aquella edificación que albergaba el auto de su padre. En el extremo que colgaba de la cuerda, se formaba una suerte de aro confeccionado mediante un nudo simple. En el campamento de scouts le habían enseñado a hacer por lo menos 20 nudos distintos. A este le llamaban el “nudo corredizo” y era, probablemente, el más fácil de manejar.

Nuevamente cerró los ojos, esta vez con mucha más fuerza. Era la última oportunidad que se daba a sí mismo para buscarle un sentido a la vida. Una razón suficiente para aferrarse a ella.
En su cabeza comenzaron a transitar rostros de personas que podrían lamentarlo. ¿Su madre? No, imposible. Se encontraba, al parecer, en un momento muy exitoso de su vida. Hace dos días la había oído en su habitación, conversando con aquel hombre que la visitaba cada mañana y, si mal no sabía, sería, en poco tiempo más, ascendida de cargo en la empresa. Probablemente pasarían semanas antes de que ella note su ausencia.

Cansado, apoyó la sien en su mano derecha y un dolor punzante le cubrió la frente. Apartó su mano bruscamente. A continuación la acercó con mucho cuidado y empezó a palpar su piel. Claro, había olvidado el tajo que atravesaba el costado derecho de su frente, como una línea oblicua. De hecho, ya casi no recordaba que, el día anterior, en la escuela, por lo menos 15 sacapuntas se habían estrellado contra su cabeza como parte de la diversión de los 20 minutos de recreo de sus compañeros.

Casi no recordaba que luego lo habían amarrado de pies y brazos y le habían rayado todo el rostro. Había olvidado, incluso, que posterior a eso se había puesto a llorar. Allí, frente a toda la clase. Había llorado, pero no de pena, ni de rabia. Había sido un llanto de desesperación. El llanto que gritaba “¡no quiero más!” con cada lágrima. En definitiva, el llanto que había ahogado durante dos años desde el día en que llegó a ese colegio; el lugar donde se había acostumbrado a convivir con su pequeño infierno.Imposible. No había forma de que su madre llegue a preguntarse por él. Si era ciega a todas las heridas con las que llegaba de la escuela, difícilmente se iría a dar la molestia de buscarlo si él no se cruzaba frente a sus ojos. Además, aquel garaje era el lugar perfecto para abandonar su miserable vida: un lugar frío y oscuro al que no habían demasiadas razones para acercarse. Cuando el olor a descomposición haya impregnado cada rincón del patio, tal vez recién en ese momento, saldrían a buscarlo.

De pronto asimiló aquella imagen en la que pensaba: él, colgando, con el rostro morado y con moscas merodeándolo, y sintió un intenso escalofrío que le recorrió todo el cuerpo. ¿Estaba seguro de lo que haría? ¿De verdad no había más salidas?

¡No! Ya no era tiempo de remordimientos. ¿Qué pensaría la Pame si lo viese titubear de esa manera? Su prima favorita había tomado la misma decisión hace dos años y, ahora, debía estar esperándolo en algún lugar. Si ella, con trece años, había tenido la valentía de hacerlo ¿qué le impediría a él, joven quinceañero, llevar a cabo su cometido?

Observó nuevamente la soga que se balanceaba desde la viga y, súbitamente, se puso de pie. En vano, trató de poner la mente en blanco, de modo que, para facilitar las cosas, optó por llenar sus pensamientos con las sonrisas de sus compañeros. Recordó cada carcajada de aquellos personajes crueles que disfrutaban con los pelotazos en su rostro, las múltiples patadas en su trasero y canillas y todas aquellas inagotables formas de humillarlo.

Pensando en cada infernal jornada escolar durante los últimos años, se encaramó al capó del Peugeot de su padre. Desplazándose casi de manera inconsciente, ascendió al techo del vehículo. Con un rastrillo, apoyado en la pared más cercana, alcanzó el cabo de la cuerda que oscilaba unos tres metros más allá, expandió la abertura del “nudo corredizo”, pasó su cabeza por él y lo cerró fuertemente contra el perímetro de su cuello. Luego, dio un paso al vacío.
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LEAD:
BullyingUn niño intentó suicidarse agobiado por el matonajeUn estudiante de 15 años, identificado como Diego G.P., intentó quitarse la vida, ahorcándose en el patio de su vivienda, porque sus compañeros de curso lo molestaban y lo amenazaban.El menor, oriundo de Iquique, es además primo de Pamela Pizarro, la niña de 13 años que hace dos años se quitó la vida al no aguantar las burlas de sus compañeros y se convirtió en el primer caso de ese tipo en el país

jueves, 23 de octubre de 2008

Nanocuento III


Humildad


Con total responsabilidad declaro: jamàs se ha escrito nanocuento mejor que este. Humildemente.

miércoles, 15 de octubre de 2008

Vomitando pensamientos...a las 3 a.m.

Siento que ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que abrí el Word para escribir algo distinto de un “trabajo-de-no-se-cuantos-caracteres-para-mañana-es-decir-para hoy-en-unas-horas-más”.

No se porqué. Se supone que “me encanta escribir y leer y hacer todas esas cosas locas que no hace un ingeniero”. A lo único que he atinado y optado, este último tiempo, es a atribuírselo a la falta de tiempo[1].

No, no me estoy martirizando; se que en el colegio tenía mucho menos tiempo y, de igual manera, me hacía los espacios para juntar algunas oraciones en estas maravillas de Microsoft. Lo que pasa es que, antes (hace pocos meses, la verdad), no tener tiempo era sinónimo de: resolver unas cuantas ecuaciones + entender (o memorizar, para qué estamos con cosas) la Ley de Lavousier + descifrar cuánta fuerza ejerce un monito de palos (M), sobre una webadita (W) de peso (P) bajo ciertas condiciones de estrés (E) + maravillarme con el número de micrones que separaba a una neurona de otra. A todo eso, sólo se le sumaban unos cuantos ensayos que había que escribir para el ramo de lenguaje, historia y el taller de debate y el resultado: una necesidad imperante de sentarme frente al computador a escribir lo que sea. ¡O si no, cuando! Y pucha´s que escribía hartos “lo-que-sea”. Lástima que todos y cada uno de mis queridos y regalones “lo-que-sea” hayan sido devorados por ese monstruito que es invocado cada cierto tiempo en mi casa: el formateo del computador.

Hoy es distinto (tratemos de retomar la idea antes de que sea tarde). Hoy tengo tiempo. Sí, soy capaz de reconocerlo, (y que, Dios quiera, no llegue a leer esto alguno de mis compañeros-revolucionarios-idealistas, cansados de la cruel explotación de la que son víctimas), tenemos bastante tiempo. Lo que pasa es que, como cada insignificante detalle de este año 2008, la situación hoy es distinta.

Si antes, luego de hacer todo lo mencionado anteriormente, a las 10 de la noche terminaba mis labores (esto es sólo un ejemplo hipotético. A cada número que entregaré a continuación para ejemplificar, súmele unas 5 unidades más y obtendrá los valores reales), hoy estoy listo, a más tardar a las 7 de la tarde. Pero pucha que es distinto estar listo a las 10 de la noche luego de haber estado el día entero sumando y restando, a estar cachilupi[2] a las 7 de la tarde luego de haber pasado una jornada completa de escritura de noticias, crónicas, cuentos, ensayos, críticas y etcéteras elevado al cubo.

Creo que ganas de escribir es lo último que te dejan para el final del día, siesque.
Sin embargo, ¡miren que curioso!, el solo hecho de escribir estas líneas vendría a fundamentar una contra-tesis de todo lo que he sostenido hasta aquí. Pero no. Podríamos decir que esta noche es una exepción a la regla.

Ya son más de las 3 am (esa hora en la que el diablo y espíritus malignos varios te empiezan a webiar, según la película “El exorsimo de Emily Rose”) y no pude, simplemente no pude, leer el libro de Gugo[3]. Pero hoy no me importa (no pregunte porqué, ya quisiera yo saberlo), este día, al igual que este 2008, es una excepción a la regla.

Hoy vuelvo a redactar más de una plana en Word acerca de algo a lo que no le estoy contando los caracteres cada 5 minutos. Hoy, además, publico por primera vez algo así como “una parte de mi mundo interior, ashí súper loco[4]”, en mi blog, que mis fieles lectores imaginarios no habían tenido la posibilidad de conocer y, ¿saben qué, queridos y frágiles lectores modelos y empíricos (puaj!)? Creo que me hizo bien. Así que, era que no, así como todo este fucking 2008[5], se da, oficialmente inicio a un nuevo ciclo en mi blog. Si el cuentito loco cada dos meses no dio buenos resultados, no está de más intercalar con uno que otro pensamiento. Y si a alguien no le agrada toparse con ñoñerías varias + crisis existenciales-vocacionales-existenciales-y-vocacionales, entonces sírvase de acudir al Servicio Nacional del Navegador Web [6](http://www.snnw.cl/) y haga su denuncia correspondiente. O, de lo contrario, sírvase de no inflamarme los miembros esféricos de allá abajo y allí arriba donde dice http://www.2cajon-verde.blogspot.com/ escriba cualquier otra dirección que le plazca. ¡Porque pucha que hay hartas!






[1] ¡Demonios!, no fui capaz de evitar esa redundancia.

[2] Cachilupi: dícese de aquel estado que alcanzas cuando haz finalizado alguna labor y te encuentras disponible para abordar tareas nuevas o, en su defecto, realizar cualquier otro tipo de actividad. Valga la explicación considerando que, este último tiempo, mi círculo social ha traspasado los límites regionales y he descubierto que aquel concepto loco llamado “variable diatópica” realmente existe en el mundo real. Y puta que complica la comunicación de repente. Si no me cree, pregúntele a cualquier santiaguino que pille en cualquier avenida santiaguina (preferentemente durante el “horario valle”, o sino corre el riesgo de que lo manden a la cresta), qué entiende por “pan batido”, “chungo” o “cuchillo cartonero”.

[3] Gugo: a) Abreviatura del nombre de mi profesor del ramo “Taller de redacción periodística”. B) El ser más tierno que ha pisado esta tierra (ojo que lo está diciendo un macho recio) hasta la actualidad. Valga el énfasis en “hasta la actualidad”, porque en unos siglos más vendrá Wall-E a reemplazarlo. Y por añadidura, a salvar la humanidad.

[4] Quisiera saber porqué he oído a tanta gente este año expresarse con la frase “ashí shúper loco”, como para connotar… ¿qué? Necesitaba usar ese término yo también ¿es un término?. En fin, si alguien me puede explicar qué es “ashí shúper loco”, con ejemplos y todo “ashí shúper loco”, se lo agradecería profundamente.

[5] Habrán notado, mis lectores atentos, que esta es la cuarta vez que hago referencia a un distinto y odiado 2008. ¿Pataleo gratuito? No, nada de eso. Si quiere ver aquella idea desarrollada, entonces esté atento a futuras entradas en este mismo blog (sí, a la misma hora y por el mismo canal. Felices 50 años para esa talla)

[6] Este organismo no existe.

Esperando


Siempre, en aquellas situaciones, se repetía lo mismo: su zona abdominal se contraía, sonaba, parecía ejercer presión sobre el resto de los órganos incomodándole intensamente.
De pronto percibió que, de un modo descontrolado, hacía frotar una mano contra la otra y ejercía palanca a cada uno de sus dedos hasta que sus articulaciones sonaban. Se miró las manos sin verlas realmente. Su mente no estaba en aquel lugar, en aquel robusto cuerpo sentado en esa banca frente a la colosal grúa de la cual, en pocos minutos, descendería un individuo a indicarle que su turno había llegado.


Bajó la mirada a sus piernas para pensar en otra cosa y advirtió que ambas rodillas tambaleaban, cada vez de forma más brusca. De inmediato atinó a presionar con fuerza sus manos contra sus muslos, pero la medida fue inútil, sus extremidades seguían temblando.


Talvez ya no estaba cansado. Sí, eso debía ser, sus piernas le suplicaban estirarse y desplazarse un rato. Se puso de pie de un salto sintiendo, en el acto, que varias gotas de sudor descendieron por su rostro. Se las secó con la manga del polerón y comenzó a caminar.


Las apuestas ya estaban hechas, de modo que si no cumplía con su parte del acuerdo perdería dinero que requería y algo más de aquel con el que no contaba, por lo que arrepentirse ya no era una opción barajable. En segundos, un sujeto lo guiaría hasta una rampa que ascendería por el costado de la grúa, debería equiparse de arnés y otras herramientas y lanzarse al vacío. Superando, obviamente, un pequeño detalle: su pánico a las alturas.


Miró sobre su hombro la imponente maquinaria que ascendía hasta más allá de las nubes y se sintió increíblemente pequeño. Sus tripas sonaron y su intestino manifestó querer expulsar algún material. Tanteó su entorno con la mirada y descubrió que nada similar a un baño aparecía en la lejanía.


Fijó su mirada en la base de la grúa y observó que el momento había llegado. El sujeto que lo llevaría a las alturas se aproximada. Sintió ganas de llorar y a continuación pánico, mucho pánico.

sábado, 11 de octubre de 2008

La compuerta de acero

-El esperado final- (¿a quién quiero engañar?)




"Aquel “rock pesado” había comenzado a retumbar nuevamente en mi cabeza."





Inevitablemente caí de rodillas con las manos en los oídos. Como pude, me puse de pie y encontré a mis padres tratando de cubrirle los oídos a mi hermano. De un momento a otro, la música cesó y corrí a abrazarlos. Estuve junto a ellos, llorando, al menos diez minutos hasta que la voz de mi madre me trajo a la realidad:
-Sabemos que asumirás tu deber como un hombre grande- aquel “hombre grande” me trajo a la memoria aquellas primeras veces que me dejaron solo en la casa.
-Creo que tu abuelo te ha contado todo lo que debes saber- intervino mi padre- ahora tú eres el nuevo “Conocedor” y debes ser fuerte para cumplir con tu deber. Se que nos volveremos a ver.
-Acaban de encontrar y asesinar al segundo “Conocedor”. Se llamaba José Bustamante, de 87 años y vivía unas cuantas cuadras más allá. –dijo mi abuelo tratando de apresurar la despedida- aun tengo algo que mostrarte y tus padres deben irse antes de que sea demasiado tarde.
Con aquellas órdenes me quedé solo, con mi abuelo, en la casa de Peñalolén.
Lo acompañé hasta el comedor y, cuando lo vi acercarse al gran mueble, comprendí qué era lo que aún le quedaba por mostrarme.
-Lo que verás a continuación- dijo, luego de correr el mueble- se te hará familiar. A la cuenta de tres, sacaré el papel tapiz, que cubre un antiguo conjuro azteca diseñado por un amigo de las FPPI, perteneciente a la Cámara de la Hembra. Debes pronunciar en tu mente K´nich Yax Kuk Moh repetidas veces o el pánico te puede volver loco.
En segundos, apenas alcancé a pronunciar tal frase dos veces y la compuerta estaba abierta.
-Este es el único lugar en dónde estarás a salvo del gobierno, invisible a los radares de La Hembra e inmune a sus efectos. Para ingresar deberás hacer siempre el mismo ritual…
-¿Es esta la casa de Oscar Castro, ex miembro de las FPPI?- se oyó una voz ronca desde el exterior de la casa- si no responde en diez segundos derribaremos la puerta.
-Ya es hora, hijo mío- y diciendo eso, mi abuelo me empujó hacia la bóveda y cerró la compuerta, desde afuera.
Adentro encontré una suerte de interruptor muy arcaico. Cuando encendí la luz no podía creer lo que había frente a mis ojos: estantes y estantes repletos de aparatos idénticos a los que mi mente había concebido como “Reproductores Portátiles”. Logré ahogar un grito de asombro para no ser descubierto, justo cuando la voz de un hombre forzando al máximo sus cuerdas vocales se oyó en mi cabeza…
“Waiiiiiiiit, waaaaiiiit, you motherfucker”

lunes, 6 de octubre de 2008

María Celia Retamal Bernal (23 de Marzo de 1926 / 4 de Octubre de 2008)


Abuelita Celia, Abueli, Querida Meme:

Tantas formas han de llamarte, como nietos que te aman tienes a tu lado.

Hoy, estos 17 jóvenes que se encuentran de pie, junto a ti, recordando los momentos de felicidad y cariño que les brindaste, te lo quieren agradecer. Te quieren agradecer todo lo que son y lo que tienen, porque sin la Meme, esta camada de nietos no estaría en el camino en que se encuentra ni habría cosechado los frutos que tú los llevaste a sembrar.

Abuelita, no son miles ni millones las razones para darte las gracias: son infinitas.

Gracias por hacer lo posible e imposible por estar en todos aquellos momentos que, tú sabías, eran especiales para nosotros. Gracias por demostrarnos siempre que cada uno era único e importante para ti. Por darles fuerzas a esas personitas que, temerosas, ingresaban a primero básico y observarlas con orgullo cuando dieron pasos seguros hacia la universidad.

Muchísimas gracias por estar ahí en nuestra primera comunión, en nuestra confirmación, licenciatura y en cada etapa superada que no quisiste perderte.

Gracias por permitirnos tenerte como nuestro pilar fundamental. Por prestarnos tu hombro para llorar y tu oído para compartir nuestras alegrías. Por darnos esa pequeña y simple muestra de apoyo, complicidad y comprensión que necesitábamos cuando nuestros argumentos de niños no convencían a nuestros padres.

Gracias por llenar con tu presencia, con tu energía y tu calidez cada cumpleaños o reunión familiar a la que asistías.

Gracias por ser como eras, abuelita: ese ejemplo inmejorable de mujer. De mujer luchadora, bondadosa y, madre modelo. Gracias por criar, junto a Pepito, a sus hijos tal como ustedes supieron hacerlo y, de ese modo, regalarnos las hermosas personas que tenemos como padres. Gracias por vaciar en ellos todas tus virtudes y tus valores los cuales, hoy, nosotros también cargamos con orgullo.

Abuelita Celia, nunca dejaste de ser el mejor ejemplo que podríamos tener. Nos enseñaste que la vida siempre tiene una arista positiva. Que siempre hay razones para enfrentarla con una sonrisa.

Tu energía y espíritu positivo nos contagiaban siempre que nos cruzábamos contigo y, si tu intención fue legar algo de eso en nosotros, créenos que lo haz logrado. Nunca olvidaremos tu amor a la vida y tu afán por mejorar la del resto.

¿Cómo olvidar aquel delicioso queque de nuez que nos esperaba junto a un chocolate caliente en el momento en que nos dejásemos caer en tu casa? ¿Cómo olvidar aquellos chalecos, pantalones e incluso peluches, en cuyos detalles era posible descubrir el amor con el que los confeccionabas especialmente para nosotros? Y ¿Cómo no recordar cada atinado presente que elegías cuidadosamente para sacarnos una sonrisa el día de nuestros cumpleaños, santos y navidades?

Todo aquello estará siempre en nuestro corazón, abuelita, porque nos enseñaste a guardar en él todo lo bello que nos regala esta efímera vida y desechar lo que no vale la pena recordar.

Nos enseñaste que la familia va siempre primero. Que mantener la cohesión y unidad en ella es algo primordial y, en ese bello afán de tenernos siempre juntos, nos enseñaste, mediante reuniones organizadas por ti, que tan difícil no es.

¿O crees que olvidaremos ese llamado a reunirnos todos junto a ti, en el departamento de la tía Marcela a celebrar, ya bastante peluditos, el Día del Niño? ¿Acaso piensas que podríamos olvidar quien se daba la molestia de acompañarnos con las bicicletas a la plaza cuando nuestros padres se manifestaban cansados? ¿Crees que seríamos capaces de borrar de nuestra retina la imagen de toda la familia reunida en torno al enorme árbol navideño que adornabas con tanto esmero para recibirnos? Aquello nunca ocurrirá.

Sabemos cuánto te gustaba ver a la familia unida, y ten la tranquilidad de que eso no cambiará jamás. En todos nosotros estás tú, así como lo estarás en nuestros hijos, nietos y bisnietos, todos velando por preservar aquella unidad familiar que tanto luchaste por construir.

Abuelita, jamás olvidaremos el amor que profesaste por nosotros. Aquel amor único de la abuelita que traspasaba las fronteras y los océanos. Aquel amor que la hacía caminar cuadras para encontrar centros de llamados e intercambiar unas cuantas palabras con sus nietos en otras ciudades, regiones y continentes.

Jamás olvidaremos a nuestra Abuelita Celia siempre elegante, arreglada, peinada y perfumada, dándonos un abrazo navideño, bailando junto a hijos y nietos en el año nuevo y abrazada junto a nuestro Pepito para sus bodas de oro.

Jamás lo olvidaremos puesto que, sabemos, tú no lo permitirás. Siempre nos acompañarás en cada paso que demos y decisión que tomemos.

Siempre habrá un asiento para ti en nuestras cenas navideñas. Indiscutiblemente, siempre habrá un vals para ti en cada una de nuestras bodas, una cueca en nuestros 18 y tus futuros descendientes siempre sabrán que junto a ellos está la abuelita Celia, esa mujer única y enérgica que entregó felicidad a una familia entera por más de 82 años.

Abuelita, hace algún tiempo te tocó enfrentar una contienda que se prolongó por un largo periodo. Una barrera que pocos pueden derribar y menos aun, cuando los años sobre los hombros juegan en contra. Sin embargo, aquella batalla, que nos tuvo tan temerosos a todos, tu siempre supiste que la ganarías. Si Dios había decidido que tu misión en este mundo estaba cumplida, pues Dios tendría que esperar un poco. La abuelita Celia no se iría sin antes dejarnos esa tremenda lección de vida: la fortaleza, optimismo y ganas de vivir.

Desde el primer día que ocupaste esa camilla en el hospital, manifestaste tus ganas de dejarla. Si es que algo te acongojó en algún momento, supiste ocultarlo con un talento admirable. Tu rostro siempre esbozó felicidad, confianza, alegría. Conocías el obstáculo a derribar, con la misma sonrisa de siempre lo derribaste y le demostraste a todos de lo que estás hecha.

Lamentablemente, cuando Dios ha decidido premiar a uno de sus hijos con el descanso eterno, no es mucho más lo que se puede hacer. Solo agradecer las instancias de despedirnos, la grandiosa imagen con la que nos quedamos de nuestra abuelita y el nuevo angelito que tenemos en el cielo velando por Pepito y esperándolo con los brazos abiertos.

Cuántos abrazos calurosos nos habrás dado? ¿Cuántas veces te habrás sentado a nuestro lado para preguntarnos cómo han estado los estudios, los pololos, la salud? ¿Cuántos besos tiernos en la mejilla habremos recibido de ti al despedirnos en la puerta de tu casa? Definitivamente, son incontables. Sin embargo, cada abrazo, conversación y beso, parecían nunca tener una fecha de conclusión.

Hoy ha llegado ese momento que todos tratamos de evadir, pero que tarde o temprano llegaría: el momento en que nosotros nos reunimos a hacerte la despedida a ti.

Sabemos que el día de hoy debiera ser una jornada de felicidad y de satisfacción por que tú, nuestra querida amiga y abuelita, haz recibido tu recompensa eterna. Un regalo tan grande como el amor y felicidad que entregaste a todos quienes te conocieron.

Sabemos, también, que en este momento no te gustará vernos tristes. Nunca te agradó encontrar miradas afligidas en nuestros rostros y, con facilidad, te encargaste de borrarlas concediéndonos unas cuantas palabras precisas de consuelo, junto a alguna dulce delicia preparada por ti.

Sin embargo queremos pedirte una licencia. Un permiso para derramar las lágrimas que amerita este momento, pues, si bien tenemos la tranquilidad de que siempre estarás con nosotros y de que en un abrir y cerrar de ojos estaremos todos nuevamente reunidos, el abandonar, aunque sea momentáneamente a alguien como tu, difícilmente alguien lo logre sobrellevar de otra manera.

Talvez no podremos emplear nuestras manos y brazos para acariciarte, abrazarte o besarte, mas podemos aferrar con nuestro corazón todo el amor que dejas concentrado entre nosotros, el cual ha creado vínculos que jamás podrán romperse. Y con esta rosa blanca, que te hacemos entrega tus nietos, sellamos nuestro compromiso de cuidar a Pepito y a tus hijos con ese amor infinito que tú derrochabas y de mantener siempre vivos los lazos que conservarán a esta familia tan unida como a ti invariablemente te gustó.

Hasta pronto, abuelita Celia,

Tus nietos que te aman hoy y siempre,

Sandra, Javier, Claudia, Lorena, Andrea, Francisco, Matías, Cristian, José Manuel, Paulina, Felipe, Pablo, Jaime, Rocío, Martín, Tomás y Matías.



(Carta de despedida escrita por mí y leída por todos los nietos en el funeral de nuestra abuelita)

viernes, 3 de octubre de 2008

La compuerta de acero

-Tercera Parte-

“El año 2015 comenzó el ITI, misión en la que tuve una participación muy activa como miembro de las FPPI. Te aseguro, hijo mío, que nunca en mi vida he asesinado a alguien, pero debo reconocer que no pude hacer nada para evitar que mis compañeros torturasen y aniquilasen, frente a mis ojos, a quienes se oponían a entregarles sus I phone, I pode, MP3, MP4, Personal Estéreo, Discman e incluso Casettes y Vinilos (existían diversos tipos de reproductores portátiles).
Diez años después, el año 2025, el Estadio Nacional, como muchas veces he tratado de hacerte ver, pasó a ser un centro de operaciones en dónde se reunieron médicos, sacerdotes, variadas clases de hechiceros, músicos y representantes de las FPPI. A aquella estructura pasaron a llamarla Cámara de la Hembra, precisamente porque en ella instalaron La Hembra, aparato ubicado en todo el centro de la edificación, cuya creación estuvo a cargo de todos los especialistas que te mencioné anteriormente.
Aquel mismo año, se nos dio la orden de llevar a familias enteras a pasar por La Hembra, la que, mediante tecnología avanzadísima, les implantaba en los tímpanos nano-tecnología, a la cual , quienes accedimos a cierta información privilegiada, conocimos como ROOS (Receptor Orgánico de Ondas Sonoras), mientras que para la ciudadanía en general se llamó “La Antena”.
Cuando oí aquello simplemente no podía, no quería, asimilarlo. La antena había estado siempre en mí, había nacido con ella, al igual que todos mis conocidos. ¿Que la antena no era más que un implante? Aquella idea no entraría con facilidad a mi cabeza.
-Pero, ¿de qué estas hablando abuelo?- inquirí, entre anonadado y molesto.
-De “La Verdad”, hijo mío. La verdad por la que el gobierno se ha encargado de asesinar a todos quienes la conocen-es decir- a toda la primera generación que tuvimos que pasar por La Hembra. A todos los que alguna vez nos pusimos audífonos en los oídos y disfrutamos de la libertad que nos concedía el elegir, a gusto propio, qué música escuchar. Sin tener que estar sometido a las ondas sonoras enviadas desde la Cámara de la Hembra. Sin tener que estar, como hormigas, durmiendo cada vez que el gobierno establece “Melodía para la Siesta” o trabajando cada vez que nos ponen la “Melodía para la Acción”.
-Por favor, abuelo- atiné a suplicar- dime que no me estás mintiendo.
-Hijo mío, a ti nunca te mentiría. A ti es a quien he preparado todos estos años para conocer La Verdad. Porque yo sabía que tarde o temprano este día llegaría.
-¿Y porqué este día?- indagué en la mirada de mi abuelo.
-Por que este día en la mañana, el gobierno descubrió el paradero de los únicos tres conocedores de “La Verdad” que aun seguimos con vida. A las siete de la mañana La Hembra envió a las antenas de todo el país el pedazo de una canción de un estilo de música llamado “Rock pesado” a desiveles difíciles de soportar, con el fin de que nadie oiga el sonido de las ametralladoras ni los alaridos de la víctima asesinada.
-¡No!, porfavor, dime que no es cierto- imploré a mi abuelo con lágrimas en los ojos- dime que esto es una broma. ¡No pensarás dejarte morir a manos del gobierno!
-Hijo mío- trató de consolarme él- no es “dejarme morir”, porfavor ten muy claro eso. He sido toda mi vida uno de los tres “Conocedores” y, como tal, he estado siempre preparado para este momento. Frente a La Hormiga no se puede hacer nada. No tengo a dónde huir. Con la antena nos tienen a todos los “Conocedores” ubicados. Y si tus padres no se marchan y tú no sigues mis instrucciones, todos correremos la misma suerte.
-¿Qué debo hacer?
-Ve a despedirte de tu familia y… Waaaaaaiiiiit, waaaaaaaiiit you mother fucker.
Aquel “rock pesado” había comenzado a retumbar nuevamente en mi cabeza.

miércoles, 1 de octubre de 2008

La Compuerta de Acero

-Segunda Parte-


"Sígueme- me interrumpió mi abuelo- llegó el momento de que comprendas todo."




En la cocina me pareció que el tiempo avanzó con más calma. Mi abuelo acomodó dos sillas-una frente a la otra- me invitó a tomar asiento y empezó a relatar…
“Alrededor del año 2009, cuando yo tenía 16 años, un misterioso hombre que se hacía llamar Alexander Solyenitzin logró sacar adelante un nuevo partido político; El Partido Igualitario. En tiempos en que la igualdad era la bandera de lucha más representativa entre la juventud y la gran mayoría de la ciudadanía, no le resultó una tarea muy ardua conseguir un sinnúmero de adeptos.
“Con gran carisma, se presentó como candidato a la presidencia para el año 2010 y fue durante aquel recorrido propagandístico, a lo largo del país, en que lo conocí en persona.
Sobre un improvisado escenario en una plaza de la localidad de Laja, de la octava región, lo encontré vociferando, frente a un reducido número de oyentes, acerca de conceptos como: una educación igualitaria para todos, un derecho igualitario a acceder a los servicios básicos, un trato igualitario a mujeres y hombres, condiciones igualitarias para las regiones frente a la capital y un acceso igualitario al entretenimiento. Por supuesto que su perorata embobó a aquel joven idealista y a los tres días me inscribí como militante de su partido político.
-Como haz de saber, Carlos-continuó diciéndome mi abuelo- Solyenitzin o La Hormiga, como lo debes reconocer mejor, ganó el sillón presidencial y el año 2010 comenzó su mandato.
“El apodo de La Hormiga, no se lo ganó de forma gratuita; en cada discurso presidencial solía realizar aquella extraña alegoría de nuestra sociedad como un gran hormiguero. Solía alabar aquella comunidad perfectamente organizada y estructurada que habían creado las hormigas y, entre risas, hacía llamados a ir acostumbrándonos a la idea de cada día ser un poco más hormigas y menos humanos, ya que sólo así se consigue igualdad.
-Me parece muy interesante- fingí ante mi abuelo al ver que su historia no me llevaba a ningún lado- pero, ¿qué tiene que ver todo eso conmigo?
-Tiene mucho que ver, hijo mío. No seas tan impaciente.
“Bueno, como te explicaba, en pocos años la ciudadanía comenzó a advertir actitudes demasiado extrañas en su poder ejecutivo. Por supuesto, muchos de los miembros del partido quisimos retirarnos, mas las misteriosas desapariciones de algunos colegas que habían desertado empezaron a crear un terror colectivo al interior de la agrupación.
Resignado a ser parte de aquello de forma indefinida, tuve que ver cosas terribles, especialmente desde el año 2015 en adelante, el año en que me alisté en las F.P.P.I- Fuerzas Policiales Pro Igualdad.
-¿Qué tu te alistaste en qué?- exclamé, sin poder disimular el asombro.
-Lo que haz oído hijo mío, pero permíteme llegar a “La Verdad” que necesito comunicarte.
Al ver entrar, muy acelerado, a mi padre a la cocina y llevarse unos cuantos cubiertos, recordé que en pocos minutos ellos se marcharían de casa.
-¡Sí!, porfavor, abuelo. Explícame porqué mi familia me deja.
-Aquello no es exactamente La Verdad, hijo mío, es sólo una consecuencia de la misma. Lo que te comunicaré a continuación, es un secreto que, hasta hace poco rato, cuando te despertaste con el sonido del rock pesado en los oídos, solo conocíamos tres viejos. Ahora sólo somos dos.
-¡Pero abuelo!- grité exasperado- ¡no te des más vueltas, por favor! Y no me generes más confusiones. ¿Qué es eso de Rak pesado? En pocos minutos se activará la M.A. (Melodía para la Actividad) y no podré oir nada de lo que me dices.
-Justamente a eso apunta “La Verdad”, hijo mío-repuso mi abuelo.
“Antes de que La Hormiga diera la orden de ITI (Incauto de Tecnología Ilícita), todos los ciudadanos- continuó mi abuelo haciendo énfasis en la palabra todos- absolutamente todos, podían agrupar las melodías que quisiesen en pequeños aparatos llamados Reproductores Portátiles, ordenarlas, también a nuestro gusto, conectar los reproductores a los oídos mediante cables conocidos como Audífonos y oír lo que se nos diera la gana a la hora que sea- finalizó mi abuelo haciendo énfasis, esta vez, en la palabra sea.