lunes, 26 de mayo de 2008

DM-3


A Mario lo sorprendió su reacción: un grito ahogado y un fuerte puñetazo a la pared de la tina que le dejó los nudillos rojos y algo adoloridos. Lo impactó, tal vez, el comprobar las intensas ansias que tenía de continuar reviviendo el sueño. ¿Podría volver a abstraerse de aquella forma y encontrar en su cabeza el final de la cinta que luchaba por reproducirse en su mente? No podía engañarse a él mismo: si ese sueño no se repetía alguna de las noches siguientes le sería imposible volver a rescatarlo de su subconsciente.
Antes de despegar los párpados cerró lo más rápido que se lo permitieron sus dormidos dedos la llave que expulsaba el agua fría la cual, como se lo había propuesto su madre, lo terminó por despertar completamente. A pesar de saberse cien por ciento lúcido, con el cerebro congelado y todas sus extremidades tiritando, Simón actuó en respuesta al orgullo que lo dominaba al verse derrotado por su madre nuevamente y abrió los ojos muy despacio. A continuación se desplazó en cámara lenta y contempló su baño como un lugar ajeno a su realidad, desconocido. Él no pertenecía a aquellas paredes de baldosa, ni a aquella casona del siglo pasado, ni a aquel rancho heredado de quien sabe qué antepasado. Incluso odió recordar aquella ciudad natal de la cual nunca se había movido. Odiaba integrar ese mundo rural y anacrónico llamado Limache. Detestaba que sus vecinos se movilizasen a caballo existiendo tantos medios de transporte de cuatro ruedas y a tan bajo precio. Y en su cabeza recalcaba la imagen de las cuatro ruedas porque también le aborrecía ver a los huasos conduciendo aquellas bicicletas oxidadas de décadas pasadas. Odiaba que aquel paisaje rural que lo rodeaba y lo observaba acechándolo cada mañana al salir de la quinta San Jorge así como cada tarde al bajarse de la micro que lo traía del colegio, le impidiesen conocer el mundo con las ventajas del joven moderno y urbano. En definitiva, detestaba ser el último de sus pares en conocer y adquirir la nueva tecnología del mercado a tal punto de carecer de un computador y de tener un celular Nokia 1260 heredado de su hermana hace ya 5 años. Sin embargo, lo que realmente detestaba en ese momento era particularmente a su madre por sacarlo tan bruscamente de ese atractivo mundo alternativo que le proponía su cerebro. Por quitarle, sin pisca de piedad, la posibilidad, aunque sea ficticia, de tener contacto con tecnologías que ni su amigo Toño soñaría con conocer. El placer irracional que le causaba el tener ese reiterado sueño se le había revelado en todo su esplendor con un chorro de agua fría en la espalda, y eso lo molestaba de un modo igualmente irracional.

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