Hasta ayer, nunca había logrado comprender realmente cuál era la función de aquella puerta trampa metálica, oculta tras el mueble del comedor, camuflada con papel tapiz, que mi abuelo vigilaba con tanto recelo día y noche.
Más de una navidad imaginé que allí mis padres escondían los regalos, por lo que traté, en vano, junto a un par de primos, de encontrar la manilla que la abriese, pero nunca conseguimos algo más que una extraña sensación de mareo y horribles pesadillas en las noches consecutivas.
El día de mi cumpleaños número 12, el 13 de Octubre de 2077, todos los mayores de edad en mi familia debían partir, muy temprano, hacia la Cámara de la Hembra (ex Estadio Nacional, según mi abuelo) ha realizarse el EXAO (Examen Auditivo Obligatorio). Yo, consiente de que, desde la comuna de Peñalolén, el trayecto no duraría menos de dos horas- considerando la lentitud de los únicos dos trolebuses que recorrían toda la capital- esperé a ver la casa vacía, me aseguré de que Jaime, mi hermano menor, estuviese durmiendo y me propuse abrir aquella puerta detrás de la cual, según mi convicción, me habían dejado los regalos de cumpleaños.
Separé casi un metro la gran repisa de la pared, logré introducirme en aquel recoveco, tomé un considerable pedazo de papel mural y lo desprendí con fuerza. Lo que ocurrió a continuación no me quedó muy claro, mas nunca olvidaré la intensa sensación de pánico que me invadió, los escritos ilegibles- diversos idiomas, pensé en aquella ocasión- que irradiaban una potente luz amarilla que cubría toda la superficie de la compuerta de acero y mi visión nublándose poco a poco hasta quedar en la oscuridad absoluta.
Cuando recobré la memoria no debieron haber pasado más de cinco minutos. Alcancé a ver a mi abuelo de pie en el umbral de la compuerta metálica abierta, recortado por un fondo negro y con un par de regalos en sus brazos. De inmediato en mi cabeza empezó a resonar la M.S. (Melodía para la Siesta) y, como cada día, volví a caer en un profundo sueño.
Aquella tarde, después de la siesta, comprendí, solo mediante miradas cómplices, que entre mi abuelo y yo existía un secreto que no podía revelar. Dos secretos, en realidad. El primero era que la “compuerta secreta” daba a una especie de bóveda en la que, efectivamente, se guardaban los regalos de cada celebración, y el segundo era que mi abuelo poseía alguna misteriosa forma de evadir el EXAO de cada mes.
Ayer, 3 de Marzo de 2083, mi vida cambió radicalmente. No solo me enteré de que aquella inocente idea de “la compuerta hacia una bóveda de regalos”, si bien, no estaba muy lejana a la realidad, no era más que un cuento de niños con el que me despistaban de mi verdadero destino. También fue el cumpleaños de mi abuelo. ¡Justo el día de su cumpleaños!
El día comenzó y terminó de forma frenética. En la mañana, a las siete A.M. , un sonido, nunca antes oído por mí, repicó con fuerza en mi cabeza, me hizo despertar bruscamente, muy asustado, confundido y con fuertes náuseas que me hicieron vomitar al lado de la cama. Era la voz de un hombre, quien forzaba al máximo sus cuerdas vocales, gritando “Waaaaiiiit, motherfucker!!”. A los dos minutos entró corriendo, como pudo,- a sus noventa años- mi abuelo, me cogió del brazo y a gritos me ordenó que no le haga preguntas.
En el primer piso descubrí que el living se llenaba poco a poco de maletas que mis padres iban amontonando con sus pertenencias.
-¿A dónde nos vamos?- pregunté, con desconcierto, a mi abuelo que me miraba fijamente.
- Tú, a ningún lado. Tus padres toman un globo aerostático que parte, desde Plaza de Armas, en tres horas, rumbo a Puerto Montt, junto a tu hermano.
-Pero…
-Sígueme- me interrumpió mi abuelo- llegó el momento de que comprendas todo.
Más de una navidad imaginé que allí mis padres escondían los regalos, por lo que traté, en vano, junto a un par de primos, de encontrar la manilla que la abriese, pero nunca conseguimos algo más que una extraña sensación de mareo y horribles pesadillas en las noches consecutivas.
El día de mi cumpleaños número 12, el 13 de Octubre de 2077, todos los mayores de edad en mi familia debían partir, muy temprano, hacia la Cámara de la Hembra (ex Estadio Nacional, según mi abuelo) ha realizarse el EXAO (Examen Auditivo Obligatorio). Yo, consiente de que, desde la comuna de Peñalolén, el trayecto no duraría menos de dos horas- considerando la lentitud de los únicos dos trolebuses que recorrían toda la capital- esperé a ver la casa vacía, me aseguré de que Jaime, mi hermano menor, estuviese durmiendo y me propuse abrir aquella puerta detrás de la cual, según mi convicción, me habían dejado los regalos de cumpleaños.
Separé casi un metro la gran repisa de la pared, logré introducirme en aquel recoveco, tomé un considerable pedazo de papel mural y lo desprendí con fuerza. Lo que ocurrió a continuación no me quedó muy claro, mas nunca olvidaré la intensa sensación de pánico que me invadió, los escritos ilegibles- diversos idiomas, pensé en aquella ocasión- que irradiaban una potente luz amarilla que cubría toda la superficie de la compuerta de acero y mi visión nublándose poco a poco hasta quedar en la oscuridad absoluta.
Cuando recobré la memoria no debieron haber pasado más de cinco minutos. Alcancé a ver a mi abuelo de pie en el umbral de la compuerta metálica abierta, recortado por un fondo negro y con un par de regalos en sus brazos. De inmediato en mi cabeza empezó a resonar la M.S. (Melodía para la Siesta) y, como cada día, volví a caer en un profundo sueño.
Aquella tarde, después de la siesta, comprendí, solo mediante miradas cómplices, que entre mi abuelo y yo existía un secreto que no podía revelar. Dos secretos, en realidad. El primero era que la “compuerta secreta” daba a una especie de bóveda en la que, efectivamente, se guardaban los regalos de cada celebración, y el segundo era que mi abuelo poseía alguna misteriosa forma de evadir el EXAO de cada mes.
Ayer, 3 de Marzo de 2083, mi vida cambió radicalmente. No solo me enteré de que aquella inocente idea de “la compuerta hacia una bóveda de regalos”, si bien, no estaba muy lejana a la realidad, no era más que un cuento de niños con el que me despistaban de mi verdadero destino. También fue el cumpleaños de mi abuelo. ¡Justo el día de su cumpleaños!
El día comenzó y terminó de forma frenética. En la mañana, a las siete A.M. , un sonido, nunca antes oído por mí, repicó con fuerza en mi cabeza, me hizo despertar bruscamente, muy asustado, confundido y con fuertes náuseas que me hicieron vomitar al lado de la cama. Era la voz de un hombre, quien forzaba al máximo sus cuerdas vocales, gritando “Waaaaiiiit, motherfucker!!”. A los dos minutos entró corriendo, como pudo,- a sus noventa años- mi abuelo, me cogió del brazo y a gritos me ordenó que no le haga preguntas.
En el primer piso descubrí que el living se llenaba poco a poco de maletas que mis padres iban amontonando con sus pertenencias.
-¿A dónde nos vamos?- pregunté, con desconcierto, a mi abuelo que me miraba fijamente.
- Tú, a ningún lado. Tus padres toman un globo aerostático que parte, desde Plaza de Armas, en tres horas, rumbo a Puerto Montt, junto a tu hermano.
-Pero…
-Sígueme- me interrumpió mi abuelo- llegó el momento de que comprendas todo.
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