Así es, como lo ven; este joven tomará una espada, salvará a su doncella y visitará, con rigor, todos los lugares comunes imaginables en cualquier novela fantástica-juvenil-de-los-últimos-diez-años. Y, pese a todo, Eragon será uno de los mayores éxitos de venta del último tiempo. Eso si que es fantástico ¿no?
Esta novela fue publicada, por primera vez, el 2002. En esa época Paolini tenía 19 años: 4 más de los que tenía al comenzar a escribir. Seré majadero en recalcar esto: el autor de Eragon tenía 15 años el día en que se sentó a redactar su novela. Un detalle para nada menor.
Y la relevancia del detalle etareo se explica mediante el mero hecho de pensar en lo que podríamos exigirle a un niño de 15 años sentado frente a una máquina de escribir. Por supuesto que su corta edad no lo hará inmune al reconocimiento de evidentes deficiencias en la obra, sin embargo no podemos negar que, en alguna medida, las amortiguan.
Y es que, en rigor, este niño de 15 años escribió una buena novela. El pequeño Paolini escribió un best seller, de hecho. Y un best seller no es best seller por mirar, con compasión, el rostro de un niño prodigio en la contratapa de una novela. Un éxito como Eragon solo puede darse por mezclar, con maestría, elementos capaces de cautivar a un lector quien, no solo devorará más de 500 páginas de un producto, al parecer, no muy lejano del manoseado Harry Potter o del sobre-expuesto “mister Frodo”, sino que también acudirá a sus círculos sociales y lo recomendará.
Vale preguntarse, entonces, ¿Qué hace un niño cuando quiere crear un fenómeno como este?, o mejor dicho, ¿por qué un niño querría crear algo “nuevo”?
El joven que se sienta a concebir complejos mundos imaginarios lo hace, fundamentalmente, porque ha sido previamente cautivado por otras creaciones, se ha maravillado con mundos paralelos, los ha leído y releído y ha llegado a sentir que su turno de dar a luz un relato desde sus entrañas, por fin ha llegado. Y vaya que había consumido bastantes creaciones ajenas, Paolini, antes de darle vida a Eragon. Con Crónicas de Prydain, Crónicas de Narnia, Señor de los Anillos, mucha ciencia ficción Asimoviana y, por añadidura, mucho Goerge Lucas, en su tarjeta de memoria, no era raro esperar que, tarde o temprano, algo interesante saldría de la batidora. Por supuesto que aquello no puede ser menos que algo positivo. Sin embargo, ¿es capaz, el escritor de 15 años, de separar, completamente, sus historial de influencias de “aquella pieza original que sería originada”?
No reiteraré las básicas acusaciones de robo intelectual de las que fue víctima el autor inglés al compararse su novela con la obra de Rowling y de Tolkien. Está bien; el mapa casi idéntico al de “Tierra Media” en las primeras páginas de cada ejemplar y la cicatriz del protagonista, inevitablemente, nos hacen sospechar y pensar en Frodo y Potter, sin embargo, detalles como aquellos, no pueden tomarse como algo mayor que guiños inocentes a dos grandes coterráneos exponentes de la fantasía.
El problema es otro. El gran defecto de Eragon es que es, con otro nombre, La Guerra de las Galaxias. O, peor aun, es un experimento fallido de copiar la obra de Lucas.
A ratos, leer la novela de Paolini llega a sentirse como el relato de la experiencia de un fan que acaba de asistir al último estreno cinematográfico de la saga espacial. Y es que, solo por mencionar algunos detalles; Luke era granjero, Eragon también. Luke recibe un par de androides, Eragon recibe un huevo de dragón. Luke rescata a Leia, Eragon salva a Arya. Luke entrena con el ermitaño Obi wan Kenobi, Eragon con Brom. Y así, se sigue sintiendo un desagradable deja vu hasta la última página de la novela. Algo lamentable, por lo demás. El argumento; aquella columna vertebral que debería diferenciar tu obra de cualquier otra creada anteriormente, no es más que una clonación de un éxito de los setenta. La transformación de una space opera en un cuento para dormir.
Pero Paolini tenía 15 años cuando concibió su relato. Sí, lo vuelvo a recalcar. Paolini tenía 15 años y se nota.
Paolini, joven quinceañero, da a conocer el mundo de Eragon; un joven quinceañero. Así es, señores: la corta edad del autor también le juega a favor. Y es que, el modo en que logra cautivarte la mente del personaje, es delirante. Eragon tiene 15 años y de eso no te queda duda hasta el final de la obra. Sin embargo el lector también tendrá 15 años durante la lectura. El lector tendrá 15 años, recibirá un dragón, aprenderá magia, salvará su mundo y querrá leer el próximo volumen.
Escribir una obra a corta edad es arriesgado y las consecuencias de lo mismo son claras. Sin embargo Paolini, a pesar de toda crítica, lo supo hacer. Su novela es amada y odiada. Es plagio y un best seller. Es, en definitiva, igual de indefinida que un adolescente de 15 años.