lunes, 6 de octubre de 2008

María Celia Retamal Bernal (23 de Marzo de 1926 / 4 de Octubre de 2008)


Abuelita Celia, Abueli, Querida Meme:

Tantas formas han de llamarte, como nietos que te aman tienes a tu lado.

Hoy, estos 17 jóvenes que se encuentran de pie, junto a ti, recordando los momentos de felicidad y cariño que les brindaste, te lo quieren agradecer. Te quieren agradecer todo lo que son y lo que tienen, porque sin la Meme, esta camada de nietos no estaría en el camino en que se encuentra ni habría cosechado los frutos que tú los llevaste a sembrar.

Abuelita, no son miles ni millones las razones para darte las gracias: son infinitas.

Gracias por hacer lo posible e imposible por estar en todos aquellos momentos que, tú sabías, eran especiales para nosotros. Gracias por demostrarnos siempre que cada uno era único e importante para ti. Por darles fuerzas a esas personitas que, temerosas, ingresaban a primero básico y observarlas con orgullo cuando dieron pasos seguros hacia la universidad.

Muchísimas gracias por estar ahí en nuestra primera comunión, en nuestra confirmación, licenciatura y en cada etapa superada que no quisiste perderte.

Gracias por permitirnos tenerte como nuestro pilar fundamental. Por prestarnos tu hombro para llorar y tu oído para compartir nuestras alegrías. Por darnos esa pequeña y simple muestra de apoyo, complicidad y comprensión que necesitábamos cuando nuestros argumentos de niños no convencían a nuestros padres.

Gracias por llenar con tu presencia, con tu energía y tu calidez cada cumpleaños o reunión familiar a la que asistías.

Gracias por ser como eras, abuelita: ese ejemplo inmejorable de mujer. De mujer luchadora, bondadosa y, madre modelo. Gracias por criar, junto a Pepito, a sus hijos tal como ustedes supieron hacerlo y, de ese modo, regalarnos las hermosas personas que tenemos como padres. Gracias por vaciar en ellos todas tus virtudes y tus valores los cuales, hoy, nosotros también cargamos con orgullo.

Abuelita Celia, nunca dejaste de ser el mejor ejemplo que podríamos tener. Nos enseñaste que la vida siempre tiene una arista positiva. Que siempre hay razones para enfrentarla con una sonrisa.

Tu energía y espíritu positivo nos contagiaban siempre que nos cruzábamos contigo y, si tu intención fue legar algo de eso en nosotros, créenos que lo haz logrado. Nunca olvidaremos tu amor a la vida y tu afán por mejorar la del resto.

¿Cómo olvidar aquel delicioso queque de nuez que nos esperaba junto a un chocolate caliente en el momento en que nos dejásemos caer en tu casa? ¿Cómo olvidar aquellos chalecos, pantalones e incluso peluches, en cuyos detalles era posible descubrir el amor con el que los confeccionabas especialmente para nosotros? Y ¿Cómo no recordar cada atinado presente que elegías cuidadosamente para sacarnos una sonrisa el día de nuestros cumpleaños, santos y navidades?

Todo aquello estará siempre en nuestro corazón, abuelita, porque nos enseñaste a guardar en él todo lo bello que nos regala esta efímera vida y desechar lo que no vale la pena recordar.

Nos enseñaste que la familia va siempre primero. Que mantener la cohesión y unidad en ella es algo primordial y, en ese bello afán de tenernos siempre juntos, nos enseñaste, mediante reuniones organizadas por ti, que tan difícil no es.

¿O crees que olvidaremos ese llamado a reunirnos todos junto a ti, en el departamento de la tía Marcela a celebrar, ya bastante peluditos, el Día del Niño? ¿Acaso piensas que podríamos olvidar quien se daba la molestia de acompañarnos con las bicicletas a la plaza cuando nuestros padres se manifestaban cansados? ¿Crees que seríamos capaces de borrar de nuestra retina la imagen de toda la familia reunida en torno al enorme árbol navideño que adornabas con tanto esmero para recibirnos? Aquello nunca ocurrirá.

Sabemos cuánto te gustaba ver a la familia unida, y ten la tranquilidad de que eso no cambiará jamás. En todos nosotros estás tú, así como lo estarás en nuestros hijos, nietos y bisnietos, todos velando por preservar aquella unidad familiar que tanto luchaste por construir.

Abuelita, jamás olvidaremos el amor que profesaste por nosotros. Aquel amor único de la abuelita que traspasaba las fronteras y los océanos. Aquel amor que la hacía caminar cuadras para encontrar centros de llamados e intercambiar unas cuantas palabras con sus nietos en otras ciudades, regiones y continentes.

Jamás olvidaremos a nuestra Abuelita Celia siempre elegante, arreglada, peinada y perfumada, dándonos un abrazo navideño, bailando junto a hijos y nietos en el año nuevo y abrazada junto a nuestro Pepito para sus bodas de oro.

Jamás lo olvidaremos puesto que, sabemos, tú no lo permitirás. Siempre nos acompañarás en cada paso que demos y decisión que tomemos.

Siempre habrá un asiento para ti en nuestras cenas navideñas. Indiscutiblemente, siempre habrá un vals para ti en cada una de nuestras bodas, una cueca en nuestros 18 y tus futuros descendientes siempre sabrán que junto a ellos está la abuelita Celia, esa mujer única y enérgica que entregó felicidad a una familia entera por más de 82 años.

Abuelita, hace algún tiempo te tocó enfrentar una contienda que se prolongó por un largo periodo. Una barrera que pocos pueden derribar y menos aun, cuando los años sobre los hombros juegan en contra. Sin embargo, aquella batalla, que nos tuvo tan temerosos a todos, tu siempre supiste que la ganarías. Si Dios había decidido que tu misión en este mundo estaba cumplida, pues Dios tendría que esperar un poco. La abuelita Celia no se iría sin antes dejarnos esa tremenda lección de vida: la fortaleza, optimismo y ganas de vivir.

Desde el primer día que ocupaste esa camilla en el hospital, manifestaste tus ganas de dejarla. Si es que algo te acongojó en algún momento, supiste ocultarlo con un talento admirable. Tu rostro siempre esbozó felicidad, confianza, alegría. Conocías el obstáculo a derribar, con la misma sonrisa de siempre lo derribaste y le demostraste a todos de lo que estás hecha.

Lamentablemente, cuando Dios ha decidido premiar a uno de sus hijos con el descanso eterno, no es mucho más lo que se puede hacer. Solo agradecer las instancias de despedirnos, la grandiosa imagen con la que nos quedamos de nuestra abuelita y el nuevo angelito que tenemos en el cielo velando por Pepito y esperándolo con los brazos abiertos.

Cuántos abrazos calurosos nos habrás dado? ¿Cuántas veces te habrás sentado a nuestro lado para preguntarnos cómo han estado los estudios, los pololos, la salud? ¿Cuántos besos tiernos en la mejilla habremos recibido de ti al despedirnos en la puerta de tu casa? Definitivamente, son incontables. Sin embargo, cada abrazo, conversación y beso, parecían nunca tener una fecha de conclusión.

Hoy ha llegado ese momento que todos tratamos de evadir, pero que tarde o temprano llegaría: el momento en que nosotros nos reunimos a hacerte la despedida a ti.

Sabemos que el día de hoy debiera ser una jornada de felicidad y de satisfacción por que tú, nuestra querida amiga y abuelita, haz recibido tu recompensa eterna. Un regalo tan grande como el amor y felicidad que entregaste a todos quienes te conocieron.

Sabemos, también, que en este momento no te gustará vernos tristes. Nunca te agradó encontrar miradas afligidas en nuestros rostros y, con facilidad, te encargaste de borrarlas concediéndonos unas cuantas palabras precisas de consuelo, junto a alguna dulce delicia preparada por ti.

Sin embargo queremos pedirte una licencia. Un permiso para derramar las lágrimas que amerita este momento, pues, si bien tenemos la tranquilidad de que siempre estarás con nosotros y de que en un abrir y cerrar de ojos estaremos todos nuevamente reunidos, el abandonar, aunque sea momentáneamente a alguien como tu, difícilmente alguien lo logre sobrellevar de otra manera.

Talvez no podremos emplear nuestras manos y brazos para acariciarte, abrazarte o besarte, mas podemos aferrar con nuestro corazón todo el amor que dejas concentrado entre nosotros, el cual ha creado vínculos que jamás podrán romperse. Y con esta rosa blanca, que te hacemos entrega tus nietos, sellamos nuestro compromiso de cuidar a Pepito y a tus hijos con ese amor infinito que tú derrochabas y de mantener siempre vivos los lazos que conservarán a esta familia tan unida como a ti invariablemente te gustó.

Hasta pronto, abuelita Celia,

Tus nietos que te aman hoy y siempre,

Sandra, Javier, Claudia, Lorena, Andrea, Francisco, Matías, Cristian, José Manuel, Paulina, Felipe, Pablo, Jaime, Rocío, Martín, Tomás y Matías.



(Carta de despedida escrita por mí y leída por todos los nietos en el funeral de nuestra abuelita)

1 comentarios:

Carlos Andueza dijo...

Amigo, tu carta es preciosa, muy emocionante.
Se nota el gran amor que sentías por tu abuelita.
Sé que desde el cielo ella está orgullosa de ti, y que te cuidará para siempre.
Un abrazo, Jose.
Y un abrazo a la distancia a toda tu familia en este dificil momento.