sábado, 11 de octubre de 2008

La compuerta de acero

-El esperado final- (¿a quién quiero engañar?)




"Aquel “rock pesado” había comenzado a retumbar nuevamente en mi cabeza."





Inevitablemente caí de rodillas con las manos en los oídos. Como pude, me puse de pie y encontré a mis padres tratando de cubrirle los oídos a mi hermano. De un momento a otro, la música cesó y corrí a abrazarlos. Estuve junto a ellos, llorando, al menos diez minutos hasta que la voz de mi madre me trajo a la realidad:
-Sabemos que asumirás tu deber como un hombre grande- aquel “hombre grande” me trajo a la memoria aquellas primeras veces que me dejaron solo en la casa.
-Creo que tu abuelo te ha contado todo lo que debes saber- intervino mi padre- ahora tú eres el nuevo “Conocedor” y debes ser fuerte para cumplir con tu deber. Se que nos volveremos a ver.
-Acaban de encontrar y asesinar al segundo “Conocedor”. Se llamaba José Bustamante, de 87 años y vivía unas cuantas cuadras más allá. –dijo mi abuelo tratando de apresurar la despedida- aun tengo algo que mostrarte y tus padres deben irse antes de que sea demasiado tarde.
Con aquellas órdenes me quedé solo, con mi abuelo, en la casa de Peñalolén.
Lo acompañé hasta el comedor y, cuando lo vi acercarse al gran mueble, comprendí qué era lo que aún le quedaba por mostrarme.
-Lo que verás a continuación- dijo, luego de correr el mueble- se te hará familiar. A la cuenta de tres, sacaré el papel tapiz, que cubre un antiguo conjuro azteca diseñado por un amigo de las FPPI, perteneciente a la Cámara de la Hembra. Debes pronunciar en tu mente K´nich Yax Kuk Moh repetidas veces o el pánico te puede volver loco.
En segundos, apenas alcancé a pronunciar tal frase dos veces y la compuerta estaba abierta.
-Este es el único lugar en dónde estarás a salvo del gobierno, invisible a los radares de La Hembra e inmune a sus efectos. Para ingresar deberás hacer siempre el mismo ritual…
-¿Es esta la casa de Oscar Castro, ex miembro de las FPPI?- se oyó una voz ronca desde el exterior de la casa- si no responde en diez segundos derribaremos la puerta.
-Ya es hora, hijo mío- y diciendo eso, mi abuelo me empujó hacia la bóveda y cerró la compuerta, desde afuera.
Adentro encontré una suerte de interruptor muy arcaico. Cuando encendí la luz no podía creer lo que había frente a mis ojos: estantes y estantes repletos de aparatos idénticos a los que mi mente había concebido como “Reproductores Portátiles”. Logré ahogar un grito de asombro para no ser descubierto, justo cuando la voz de un hombre forzando al máximo sus cuerdas vocales se oyó en mi cabeza…
“Waiiiiiiiit, waaaaiiiit, you motherfucker”

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